Reformulación de la Carne

Sin ni tan siquiera quitarse los guantes amarillos teñidos de rojo oscuro, extrajo un cigarro de su cajetilla, impregnando su blanco filtro de sangre. Se lo llevó a la boca y lo sostuvo entre sus finos y agrietados labios mientras se lo prendía con una cerilla, cuya centella le iluminó la cara, que ardía con una horrorosa mirada de éxtasis. Le reconfortaba la nicotina y el sabor del tabaco después de realizar su quirúrgico trabajo de remodelación de cuerpos humanos.

Con la colilla creando un velo de humo delante de su rostro, se acercó al fregadero de la pared, sosteniendo en una mano el bisturí y en la otra el machete, ensangrentados y cubiertos de viscerales grumos. Abrió el grifo, lavó ambos filos junto con los guantes, se los quitó y los dejó allí, flotando en la pila de agua enrojecida. Se frotó los ojos y consultó su reloj de muñeca. Eran las siete y veinte de la mañana, y por tanto hacía rato que se había terminado ya su jornada laboral.

Se sentó en el recio taburete de madera, mientras contemplaba pletórico, tendida sobre la mesa de operaciones, su nueva creación, su nuevo sacrificio. Apuraba el cigarro con mesura relamiéndose con el mentolado sabor del filtro blanquecino en sus macilentos y secos labios sonrientes.

Le había costado muchos meses de arduo esfuerzo, y sus mejores habilidades de rastreo y espionaje, lograr capturar un ejemplar así. Pero cuando lo encontró, percibió que era perfecto para su nuevo genuino diseño. No podía ser de otra forma, ningún otro tipo de mortal habría soportado en su masa corporal semejante idea, la cual por fin había comenzado a cobrar forma…

Después de mirar su antinatural y teratológica obra yaciendo sobre el camastro metálico, dirigió su vista a la tabla blanca de la pared de enfrente. Allí se exponía un alambicado mapa de conceptos e imágenes. Durante meses, había estado pegando fotos, recortes de prensa y otras anotaciones; desarrollando elucubraciones en caóticos y laberínticos esquemas que interconectaban todo el contenido investigado. Aquella pizarra que proporcionaba una decoración propia del escenario de una oscura película de detectives, había sido el elemento que le había permitido encontrar un sujeto tan extraordinario para su excelso propósito.

Pero nada de todo aquello habría sido posible sin el trabajo que hicieron en contra de su voluntad tanto Cromwell como, sobre todo, su discípulo y predecesor Corkill. Él sentía una gran admiración hacia la Obra de Corkill, tanto que la había perfeccionado y llevado a la práctica. Los resultados fueron tan brutalmente exitosos que le otorgaron el Favor de su Maestro. Su inspiración a la hora de desarrollar los títeres provenía directamente de los Diarios del brujo loco, el cual probablemente jamás hubiera permitido que su Obra de Nigromancia teórica fuese usada con semejantes fines. Pero eso daba igual, porque él estaba convencido de que Corkill no logró escaparse con el suicidio, que semejante genialidad no fue desperdiciada y que su Maestro le absorbió, como hizo con Cromwell y con todos los demás, y como haría con él cuando llegase su momento. Por tanto, la voluntad del Adepto era irrelevante, sólo importaban los designios de su Amo.

Se encontraba cansado. Se frotó nuevamente la cara. Su sagrada labor era placentera pero extremadamente ardua, a fin de cuentas. En aquel instante, acompañado del naciente dolor en las sienes, notó fulminantemente el grave y profundo susurro habitual retumbando dentro de su cabeza. Fue tan breve como un suspiro, pero era la Voz de su Señor Oscuro. Sintió un aterrador gozo y agradecimiento, además del permiso para marcharse, concedido por Él.

Así que arrojó la colilla a uno de los colindantes charcos de sangre fresca, se quitó el mono amarillo impermeable y las fundas que cubrían sus botas; se colocó el sombrero y la gabardina y se largó de allí.

Una vez en la superficie, respiró satisfecho el aire húmedo y electrificado de una atmósfera cobriza, cargada de nubes amenazadoras que parecían constituir el presagio eterno de una tormenta inminente.

Habían llovido aves, la Plaga se extendía, el Advenimiento de la Devastación podía contemplarse con los ojos, manifestándose en este Mundo a través de la gloriosa Voz del Maestro.

Sabía que toda forma de satisfacción armoniosa (aunque derivase de provocar dolor y muerte) no pertenecía al Maestro y, por lo tanto, era reprobable. Es decir, que su orgullo era humano y, por lo tanto, no formaba parte de su glorioso y sagrado proceso de abnegación. Pero no podía evitar sentirlo aún, así que se regocijó intensamente en él. De todas formas, toda su vida fue un completo vicioso, en todos los sentidos.

Se montó en el Metro que le llevaría al barrio donde se ubicaba el ático decrépito en el que huía de las horas del sol. Esperaba que su Oscuro Señor recompensase el duro trabajo que le había dedicado durante la noche con horrorosas y exquisitas pesadillas salidas de sus más abyectas entrañas, aunque era consciente de que no le restaban muchas horas de sueño.

Los ruidos de la monstruosidad urbana en la que se hacinaban todos aquellos humanos le resultaron desquiciantes, en cuanto por fin se aposentó en su hogar y buscó el merecido descanso. Por tanto, se insertó los tapones de cera en los oídos, se puso el pijama y se acostó en la cama.

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