Entradas

Exégesis de la Palabra Perdida

Tras la tormenta, las nubes se habían disipado y el firmamento comenzaba a desvanecerse ante la dorada e invicta llama del amanecer, en el horizonte.  Él se encontraba en el exterior, descalzo y de pie sobre el césped del jardín sin sentir ni el frío ni la humedad que le calaban los huesos y la carne; plantado con la frente en alto, encapuchado en medio de la madrugada, contemplando la finísima Lúnula, que estaba en el punto más alto del cielo en ese preciso instante, y refulgía aún con fuerza a pesar de estar en una fase tan menguante, luchando contra el inevitable avance del Sol, similar a una siniestra y sobrenatural sonrisa argéntea, esporádicamente cubierta por las nubes de pura oscuridad que todavía pululaban tras la tormenta de aquella noche de verano.  Las gotas de lluvia acumuladas en el tejado y en los canalones caían pesadamente provocando chasquidos en el suelo, mientras la madera del tejado crujía quejosamente. Los murciélagos pasaban zumbando literalmente a centímetros de

Vorágine

10 de Junio.   Ahora mismo, en cuanto me he sentado a escribir, el reloj marca las 5:55 de la madrugada, exactamente. Había quedado con Cromwell al ocaso, como la última vez, en el enrejado del parque oeste. Allí le tuve que esperar, tan solo unos minutos, hasta que se manifestó caminando lentamente entre una niebla que, cuando salí de casa, no estaba aún; pues había comenzado a formarse a medida que caía la noche. Llevaba su característico guardapolvo negro largo y, en la mano, la misma palanca herrumbrosa del otro día. –¿Has traído el pedido que te encargué recoger donde Hildegard? –me preguntó, clavando en mi su mirada metálica. –Sí. –Bien. Hoy vamos a volver a descender al alcantarillado. He de mostrarte algo. Pero tranquilo, no iremos más abajo esta vez. Antes de proceder a arrancar la tapa de la misma alcantarilla del otro día, extrajo de su abrigo ese diminuto botecito granate oscuro con dosificador. Extendió la lengua y dejó caer sobre su ella una pequeña gota. Después, se estr

Ruega por Nosotros

Los lóbregos y laberínticos corredores del claustro servían de prisión para el recuerdo y el alma. Los muros de fría roca gris parecían ocultar oscuros y recónditos demonios que parasitaban la mente de todos aquellos hermanos cistercienses.  El Monje observaba la flama de una vela, encerrado en su celda, presa del pánico, la preocupación y la inquietud, sumido en un turbulento silencio. La candela ocre se agitaba sin sosiego, como sus pensamientos. Esto le resultaba extraño pues no había corriente, ya que ventana y puerta estaban herméticamente cerradas, y el ambiente de su cámara era estático y ciertamente cargado. Pero no le dio importancia alguna a este fenómeno, dado que tenía peores sombras sobre su cabeza de las que preocuparse.  A estas alturas, se había llegado a convencer de que había perdido la cordura. Asumía que su juicio racional, empírico y sensato, le había abandonado para dejar paso en su lugar a una atroz enajenación, que ahora le poseía por completo. O, tal vez, se af

Jornada Normal

8 de Junio.   Medianoche. El reloj marca las 0:13, para ser concreto. He tenido un día bastante duro. Estoy exhausto. Por la mañana, desayuné churros y tomé un café en el bar de los periodistas. Después, estuve realizando unos asuntos y recados concernientes a la recopilación de documentación y materiales para el Ritual de Alta Nigromancia que estamos preparando Cromwell y yo. Estuve en la planta sin ventanas de la biblioteca local, esa a la que sólo se puede acceder hackeando los ascensores. Supuestamente, la existencia no oficial de esa cámara, oculta al público general, está justificada por el almacenamiento de papeles antiguos o filmografías que puedan resultar frágiles ante la iluminación convencional, por tanto, toda la planta está ambientada con una tibia luz negra que solo alumbra ciertas franjas del techo. Sustraje un ejemplar del año 1666 llamado Delomelanicón, manuscrito por Aristedem Torquia, quien ardió en una de las hogueras de la inquisición el año después de escribirlo.