Laberinto Necronírico

5 de Noviembre.

 

Palpó las llaves en el bolsillo izquierdo de su pantalón, introdujo la mano en el mismo y extrajo el mechero y el paquete de tabaco con tres cigarrillos que le restaban. Se prendió uno de ellos y fumo ansiosamente. Mientras apuraba las últimas caladas, llegó al portal del que era su hogar desde que vivía en aquella ciudad.

Esta pensión era el ático ruinoso de un edificio de siete plantas, contando con dicho ático. Su departamento, al igual que los otros cuatro que formaban esa pensión clandestina, consistía en un loft a modo de trastero de mediano tamaño, el cual años atrás habían sido fragmentado en tres estancias mediante una obra chapucera y simple que tan solo consistió en añadir dos precarias paredes al trastero. También se le había añadido a una de las esquinas del departamento, un cuarto de baño con una bañera ennegrecida y un destartalado retrete. Todo el lugar necesitaba arreglos y daba la sensación que el tejado en el que se encontraba se fuese a caer en cualquier momento.

Se subió al ascensor. No le gustaba subir en ascensor porque se sentía encerrado, y lograba experimentar una ligera y controlable sensación de angustiosa claustrofobia. Pero el cansancio y el sopor extremo se apoderaba siempre de él, tanto al llegar a su hogar como al tener que abandonarlo; por lo que rara vez usaba la escalera (la cual, como el tejado, también parecía que se fuese a caer en cualquier momento). Una vez en casa, se descalzó y se preparó una pipa de agua bien cargada de hierba, encendió la televisión y comenzó a fumar hasta caer dormido…

 

*****


No conservaba ningún recuerdo en su memoria, nada, tan solo vagas sensaciones y retazos de ideas, pero ni siquiera lograba recordar cual era su nombre. Se encontraba solo, confuso y desorientado en un túnel circular y de dimensiones cambiantes. 

La única iluminación que le permitía vislumbrar aquel pasaje oscuro y gutural, procedía de un pequeño orbe del tamaño de un corazón, que sostenía en su mano derecha y que emitía una iridiscencia blanca y fantasmal.

Las paredes de aquella galería desprendían una baba viscosa y verdosa que se escurría y acumulaba en el suelo bajo sus pies, conformando un riachuelo negruzco, denso y lento que discurría y arrastraba en su avance grumos extraños similares a pequeñas atrocidades y vísceras abominables.

La superficie del túnel parecía carnosa y visceral, pues estaba surcada por multitud de retorcidas ramificaciones y fluctuaciones similares a vasos sanguíneos verdes y azules.

Pero lo más terrorífico de aquella gruta es que se movía, palpitaba, las paredes circulares se encogían y ampliaban regularmente como si aspirasen e impeliesen.

De hecho, se sentía una profunda y grave brisa intermitente que transitaba la estancia de un lado a otro, susurrando en un tono que sugería una sobrecogedora respiración de gigante.

Aquel aliento titánico estaba acompañado además, de una vibración que recorría la galería y retumbaba como el grave murmuro de un terremoto el cual, según las paredes se ensanchaban o encogían, sonaba más fuerte y rotundo; o bien más susurrante y sigiloso, respectivamente.

Se oían eventualmente gritos, quejidos, llantos, carcajadas, aullidos y alaridos desgarradores, aterradores y dolientes que circulaban el lugar, junto con la desconcertante corriente de aire fétido de dirección cambiante. Apenas podría decirse que eran humanos…

Los vahos a su alrededor eran nauseabundos y le costaba un sofocante esfuerzo respirar.

El hedor asfixiante no se sentía como algo orgánico, si no que se asemejaba a un miasma intenso acre y ponzoñoso, provocado por la descomposición de materia orgánica con un ácido cargado de amoníaco, azufre, éter, formol y ozono.

Todo aquel lugar parecía tratarse de algo similar al estómago de alguna suerte de serpiente gigantesca…

Viéndose irremediablemente atrapado allí, e invadido por el pánico; reunió valor, alzó el brazo derecho en el que sostenía la pequeña esfera iridiscente, y se decidió a avanzar lo más rápido que le permitían las palpitaciones del lugar, las náuseas que sentía y la extraña y repulsiva substancia del suelo que le hacía tropezar constantemente.

A cada paso que daba, se aceleraba aquella ciclópea e imponente respiración que recorría el pasadizo y, con ello, aumentaba también el ritmo de palpitación de las paredes. Esto le provocaba perder el equilibrio y caer una y otra vez de bruces contra aquel reguero de moco y fango verdoso hediondo.

Aquellos jugos escocían, corroían y quemaban en la piel como ácido gástrico, provocándole terribles heridas y pústulas en el rostro y en los brazos. En uno de sus primeros resbalones, perdió las gafas y, de cara al suelo, alcanzó a contemplar como eran absorbidas y devoradas por el caudaloso y voraz rastro de limo burbujeante.

El pánico y el dolor eran inenarrables, aumentaban a cada segundo que permanecía allí. Las propias palpitaciones le dificultaban también volver a levantarse al tropezar, puesto que aquel lugar se ensanchaba y replegaba de manera cada vez más frenética. Además, tenía la sensación de estar caminando descalzo (tal vez porque lo estaba, dado que, de llevar zapatos; aquel fluido fétido los habría disuelto por completo) sobre un río de ascuas.

Imploraba estar andando hacia alguna salida y no hacia el extremo más profundo de aquella cueva, pero ya había abandonado toda esperanza…

Entonces, tras el enésimo traspié, se precipitó abrupta y escandalosamente por un tobogán inmenso de miasma tóxico y putrefacto.

La garganta se desviaba hacia abajo arrastrando la corriente del ponzoñoso residuo, y aquel aberrante y potente vendaval ascendente y descendente que conformaba el monstruoso y fétido aliento, parecía succionar y absorberlo todo hacia aquella casada pútrida. Resultaba imposible asirse a nada, pues de todos los salientes y oquedades de aquellas paredes de entrañas palpitantes, fluía el denso y repugnante néctar tóxico y oscuro que le arrastraba irrefrenablemente.

En cuanto comenzó su caída, perdió la bola luminiscente que portaba, aunque aún podía ver su luz cayendo casi al mismo tiempo que su propio cuerpo. El tímido resplandor se extinguía lastimosamente mientras le permitía contemplar el pavoroso y atroz espectáculo de entrañas furiosas y monstruosas, que se desarrollaba a su alrededor, que le engullía y le digería.

Mientras su cuerpo maltrecho y devorado por el vapor ácido y el fluido corrosivo caía pesadamente hacia las profundidades de aquel faraónico abismo viviente, el ubicuo y formidable aliento descomunal que recorría ese antinatural sistema digestivo, le asfixiaba y le privaba de su propia respiración, apoderándose de ella, privándole de cada exhalación e inhalación. Era como si cada vez que trataba de absorber aire, fuese aspirada en sentido contrario con una fuerza sobrenatural; o como si un cierzo cálido y hediondo apretase en su rostro cada vez que trataba de expulsar su aliento.

Entre el dolor, el suplicio, la agonía, las sofocantes náuseas de aquellos infectos vapores y la incapacidad para respirar; notaba su carne descomponerse y derretirse, tornándose progresivamente en una amalgama inmunda que se confundía con el resto de grumos y residuos disueltos en aquel reguero tóxico. Sentía que su consciencia se derretía también, incapaz de identificar su cuerpo, que ahora era un fárrago abrupto que se arrastraba, crepitaba y gorgoteaba por aquel riachuelo de miasma sórdido y repugnante.

La esfera de luz se había extinguido o perdido absolutamente, pero no era necesaria pues sus ojos también estaban disueltos. El aliento y la palpitación de las paredes del monstruoso esófago en que se encontraba volvían a ser mansos y regulares, como al principio. El légamo putrefacto que antes era su cuerpo había terminado de precipitarse, volviendo a encontrarse en lo que parecía un tramo horizontal de aquel conducto de pesadilla. 

El dolor, la agonía y el pánico no habían cesado y, de hecho, ahora eran absolutamente omnipresentes. Sentía el suplicio de todas las vísceras, restos y residuos que conformaban aquel riachuelo enfermizo. No obstante, una extraña sensación de adaptabilidad, indefensión y anulación se fue apoderando de los pocos atavismos e impulsos neuronales que conformaban lo que quedaba de su mente. Estaba en comunión con la Gran Bestia.

La voz de su consciencia se había convertido en un alarido espantoso e infernal. Era inenarrable lo extremadamente desquiciante que le resultaba que esa vibración no frenase ni con la arrolladora templanza de la muerte del ego, ni con la inevitable inconsciencia lograda al superar el umbral último del dolor y la desesperación…

Pero entonces, cuando estaba empezando a olvidar hasta el más mínimo reducto de su naturaleza humana, cuando parecía estar empezando a disgregarse absolutamente con aquella masa contranatural; empezó a burbujear el lodo de su alrededor y se empezó a conglomerar, entorno al ente informe que era ahora, una cantidad considerable de grumos y residuos. Empezó a acumularse y configurarse en una forma más definida y voluminosa, como si el miasma de muerte y descomposición que lo había fundido, lo estuviese ahora recomponiendo y devolviendo a la vida, para deleite del inmenso monstruo en cuyas profundidades parecía hallarse. Los jirones y coágulos que lo componían comenzaron a cobrar volumen y forma, hasta pasar a ser un pequeño homúnculo que se arrastraba dolientemente.

Posteriormente creció, entre agónicos espasmos y convulsiones; hasta alcanzar de nuevo su tamaño original. Poco a poco fue recobrando la carne en torno al hueso y la piel en torno a la carne. Pero, instantáneamente, volvió a comenzar ese ciclo digestivo infernal con todas las fases del dolor que había experimentado. Se materializó en su puño de nuevo la misma esfera luminosa del principio. Aterrado y desconfiado, la arrojó al suelo.

No había escapatoria, ni incluso en la muerte. Comenzó entonces a correr fatigosamente, esta vez en la dirección contraria a donde se encontraba mirando... El sendero de fango devorador deslizándose bajo sus pies ralentizaba cada paso, impidiéndole avanzar. No tardó en volver a resbalarse y caer…  

 

*****


La alarma sonó entonces con su ruido tosco, repetitivo, abrupto y estridente; extirpándole de golpe y con gran alivio, de aquel aberrante laberinto viviente. Despertó inquieto y horrorizado, entre sudores fríos y temblores, para comprobar con espanto que su colchón y edredones estaban completamente empapados por una sustancia tibia y pegajosa, de un color amarillento verdoso y translúcido con un aspecto enfermizo y macilento, que desprendía un intenso olor acre putrefacto. 

El primer pensamiento lógico al que su mente trató de huir de lo evidente, fue suponer que se había meado; mas no cabía forma alguna en que aquella substancia fuese orina humana… Las características de textura, aspecto, densidad y olor de aquello no se correspondían en absoluto con las de la orina de ninguna criatura viva, de hecho. Sin mencionar que la cantidad desprendida superaba por mucho los litros que una vejiga puede soportar, e incluso rebasaba el volumen de un cuerpo entero. 

Parecía como si acabase de ser escupido a la vida, allí, directamente sobre su propia cama. Regurgitado de las entrañas repulsivas de algún ser gigantesco, extradimensional, ignoto y fuera de las leyes físicas y lógicas conocidas por el hombre… 

Su carne todavía sentía el dolor de las heridas y quemaduras recientes. Se levantó sobresaltado de la cama y se quitó la camiseta para descubrir aterrado y perturbado que presentaba escalofriantes e inexplicables llagas y laceraciones en el pecho y en el abdomen... Trató de correr al baño, esperándose lo peor; aunque su cuerpo se movía con dolor y dificultad, con lo que tan solo logró desplazarse cojeando y tiritando.

Al mirarse en el espejo, descubrió aliviado que no presentaba serias heridas en el rostro; a excepción de un pequeño rasguño que se había hecho al día anterior afeitándose. Su expresión era, no obstante, prácticamente irreconocible para el mismo; desencajada en el más absoluto pánico y deformada de puro espanto y confusión. El color de su piel era cadavérico, ausente de vida y preocupante.

No entendía que podía estar ocurriéndole. ¿Acaso se estaba volviendo loco? ¿Qué significaba aquella maldita pesadilla? ¿Por qué manifestaba esos espantosos estigmas? ¿Qué era y de dónde había salido todo aquel puto líquido vomitivo que empapaba toda su cama? ¿Hasta qué punto había sido todo aquello realmente un  sueño? ¿Por qué le estaba pasando esto? ¿Acaso alguien o algo estaba jugando con él? Las preguntas se agolpaban y hacinaban ruidosamente en su doliente cabeza, a punto de explotar. 

Se encontraba demasiado asustado y turbado como para seguir un minuto más en su propia casa, sintiéndose encerrado y con una extraña sensación de paranoia de no poder salir jamás de aquella pensión destartalada y ruinosa que apestaba a babas alienígenas. Una perturbadora y desconcertante certeza inconsciente de no haber salido jamás de allí; de hecho…

Infectado con un miedo como jamás había experimentado, decidió ignorar la realidad interna y externa que se presentaba ante él para no caer en la locura. Decidió también que se enfrentaría a todo aquello de madrugada, al volver del trabajo; si es que no seguía soñando en ese preciso instante.

Eran las dos de la tarde. En pocas horas tenía que reunirse con su compañero de trabajo, para lo cual tenía que aparentar respetabilidad y presencia. No podía permitirse seguir absorbido en aquella espiral de demente e inexplicable inestabilidad a menos que decidiese abandonarse y permanecer encerrado en aquel agujero que era su pensión hasta morir; como parecía que su cuerpo le exigía.

Quería ignorar por completo toda aquella pesadilla viviente de la cual una pequeña lasca parecía haber sido arrastrada con él al despertarse, traspasando el velo del sueño y atravesando el portal de las posibilidades para manifestarse en la existencia… Algo le decía, desde el fondo de su intuición, que aquello era uno de los más ignominiosos males que el mundo había visto…

Se pegó un bofetón en la cara y, extremadamente agobiado, orinó abundantemente en la propia bañera mientras abría el grifo de la ducha. Expulsó un leve y agudo alarido de agonía al observar que su orina salía con un color entre rojo y negro, y a una temperatura que literalmente le quemaba la uretra desde dentro… Se duchó llorando de desesperación, entre el terrible escozor del agua tibia en sus heridas; y regresó a su apestoso cuarto para comprobar estupefacto que el pernicioso mejunje estaba mutando, descomponiendo los tejidos del colchón y hasta la madera de la cama y del suelo; burbujeando y chapoteando de forma muy lenta y turbia. No tenía ni el tiempo ni la fuerza física o moral para intentar luchar contra aquella pestilencia antinatural. Lo intentaría arreglar al volver, se repitió a sí mismo; tratando de conservar el mínimo de compostura interna que le restaba.

Se vistió con la magullada piel y el cabello todavía húmedos; se calzó, se puso su abrigo. Cogió el móvil, la cartera, el tabaco y las llaves; y se precipitó al pasillo a toda la velocidad que su cuerpo maltrecho y vacío de energía le permitió.

Bajando en el ascensor, no pudo evitar sentir que aquel áspero y penetrante hedor que había invadido toda su casa, le acompañaba como una desagradable presencia parasitaria… Se olió intensamente el abrigo, la ropa y las manos, mas afortunadamente aquello no parecía notarse excesivamente. No obstante, él lo sentía como si se le hubiese adherido a las fosas nasales… Era asfixiante y vomitivo, pero no se podría describir exactamente como algo orgánico (cadáveres, excrementos o bilis), al menos, no exclusivamente. Olía como si un ácido tóxico y nauseabundo cargado de amoníaco, formol, azufre… estuviese descomponiendo lentamente toneladas de vísceras.

Subió al autobús fatigado y exhausto, con dificultades para respirar y para desplazarse, entre dolores que; afortunadamente, parecían disiparse un poco muy lentamente. Las miradas de la gente a su alrededor eran de repugnancia y de desconcierto. Parecían una masa de humanoides programada exclusivamente para reaccionar ante su presencia o a su paso con disgusto. Aquel día llegó tarde al bar donde Hendrick y él comían  y llevaban a cabo diariamente la preparación previa del programa de radio. 

 

*****


Hendrick se hallaba esperando y tomando una cerveza en el bar de la esquina de su calle, mientras releía notas de su cuaderno; pensando qué podría preparar para rellenar su sección de aquella noche. En cuanto vio a su colega aparecer por la puerta del local, la seriedad inexpresiva que reflejaba su rostro se tornó inmediatamente en un gesto de preocupación. Parecía demacrado, estaba macilento, mal arreglado y sus expresiones y movimientos eran nerviosos. Era como si acabase de ver un fantasma, o como si le estuviera persiguiendo algún peligro inminente desde hacía varias horas. Cuando reparó en Hendrick sentado en una mesa, tras mirar nerviosamente de un lado a otro, se calmó un poco y suspiró aliviado; como si llevase meses sin vislumbrar ningún rostro conocido. 

Tomó asiento enfrente de él y le contó atropelladamente la historia de la extraña experiencia que acababa de ocurrirle. Hendrick no consiguió entender prácticamente nada entre el frenético torbellino de información, pero las escasas palabras y frases que logró escuchar correctamente le aturdieron y le dejaron completamente atónito.

–Cálmate, haz el favor –susurró temblorosamente Hendrick–. ¿Cómo que te has despertado recubierto de una especie de líquido amniótico venido de tus pesadillas? ¿de qué demonios estás hablando?

En ese preciso momento pasó un camarero al lado de su mesa y les inquirió respecto a qué querían tomar. Hendrick pidió otras dos cervezas y dos pinchos de tortilla, puesto que ya conocía a su compañero, sin desviar la vista de él. No obstante, éste no tenía la menor intención de ingerir comida ni bebida alguna en aquel fatídico día.

Entonces, respiró, trató de calmarse un poco y procedió a hablar de nuevo, tratando de poner orden a sus palabras. Comenzó con un exagerado énfasis en la pesadilla, lo vívida y lúcida que le había resultado, describiendo aquella garganta ominosa, el horrible hedor…  

–Sé que no me vas a creer, pero la cuestión es que en cuanto me desperté, estaba cubierto de una cantidad ingente de babas translúcidas y verdosas que apestaban a lo mismo que olía en aquel lugar de mi sueño –procedió–. Además, tengo heridas y quemaduras por todo el torso –añadió con voz temblorosa y ojos vidriosos–. Te juro que no te estoy vacilando –concluyó, a punto de romper a llorar.

Hendrick no cabía en su asombro y su expresión exhalaba preocupación pero también cierta incredulidad, ciertamente. Más pronto que tarde, comenzó a centrar más su atención en preocuparse por la salud mental de su colega que en esforzarse por ofrecer cierta veracidad a su relato, restándole importancia progresivamente, y pretendiendo que todo habría de tener una explicación lógica, así como diciéndole con mal disimulado tacto que quizás debería plantearse buscar ayuda. Empezaron la jornada preparando el programa de aquella noche, el cual estaría precisamente centrado en el mundo onírico y las visiones simbólicas crípticas que se observan durante los sueños… 

 


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