Huésped del Abismo

Una niebla fantasmal, blanca y densa cubría la ciudad. Eran las seis de la tarde. Sobre los bancos y el suelo pedregoso del camino, aún quedaban rastros oscuros de sangre y vísceras avícolas aplastadas. Restos de aquella misteriosa lluvia de pájaros muertos, cuya completa eliminación, a pesar del esfuerzo que se puso, resultó imposible. 

Paseaba sereno, a pesar de su tornado interior. La tensión que estuvo experimentando las últimas semanas había sido excesiva incluso para un adicto al trabajo lo como era él. Y es que ojalá se tratase sólo de la presión que se respiraban en la editorial… Su cabeza iba a estallar desde la absorción del grupo por parte de aquella gran empresa de prensa extranjera. Por primera vez en muchos años, no sentía que su permanencia en el puesto que ocupaba dependiesen exclusivamente de sus aptitudes y de su empeño hacia el cargo.

Las farolas comenzaron a encenderse tímidamente de forma lenta y progresiva, y su luz pálida y ocre rasgó la profusa y nebulosa oscuridad, revelando un paraje onírico y sobrenatural en el paseo del parque.

Además de la enorme incertidumbre respecto a su empleo, enturbiaba su talante la profusa cantidad de extraños acontecimientos que había estado experimentando desde hacía un mes. Concretamente desde la tarde en que comenzó a documentarse sobre el caso Corkill, con la intención de granjearse nuevo material de interés para su columna de sucesos.

Su colega Bruno y él se distanciaron desde el momento en que tomó aquella decisión. Se trataba de su excuñado, es decir, el exmarido de su hermana Mary Jane. El tipo era un conspiranoico y un tarado. Tan sólo había mantenido cierta relación con él, tras la ruptura de su hermana, por pena y por miedo de que pudiese suponer, en algún momento, un peligro para sí mismo o para alguien más. No obstante, a veces tenía arrebatos de lucidez que permitían mantener con él conversaciones de gran interés.

Cuando Bruno se enteró de que su excuñado pretendía investigar a aquel extravagante personaje de Corkill y su relación indirecta con la famosa ola de crímenes, trató de disuadirle a toda costa, con gran agresividad y violencia verbal.

Aseguraba que la ciudad estaba condenada de formas que ninguno podían entender, y que tal maldición giraba en torno a ese caso. Le insistió en que, en treinta años, nadie cuerdo había tocado el tema, y que era mejor así.

Su mente racional trataba de disuadirle de la conclusión (por otra parte, inevitable) de que toda su racha de mala suerte tuviese algo que ver con haber metido las narices en aquel asunto, pero algo en su interior susurraba que debía haber hecho caso tanto a Bruno como a sus propios miedos inconscientes, en el momento de embarcarse en aquella investigación…

Pensaba en aquel excéntrico de Corkill, bohemio investigador de lo oculto; anarquista pensador de ideas políticas fácilmente catalogables de apología del terrorismo. Pobre, loco, desquiciado y hambriento. Devorado por su propio gato… Sin duda, se trataba de una figura misteriosa y desconcertante dónde las hubiera. Lamentablemente, las autoridades jamás habían permitido a la prensa acceso completo ni a sus famosos Diarios, ni en general a mucha documentación sobre el tema, lo que hacía el caso aún más desconcertante y estremecedor ante la opinión pública.

Pensó también en todos los extraños sucesos que golpeaban la ciudad durante aquel mes, en el que se cumplían exactamente tres décadas de aquel fatídico y dramático Noviembre…

Entonces, sus pensamientos se interrumpieron, pues se activó en él un sentido de alerta que le hizo centrarse en el espacio presente. Reparó en una forma pequeña, escurridiza y sombría que se encaramaba en el respaldo de uno de los bancos del parque, situado a media distancia de él. Sin ni tan siquiera identificar de qué se trataba, con tan sólo ver su fugaz sombra en la distancia; un horror inexplicable le recorrió la espina dorsal y unas ganas indescriptibles de echar a correr alejándose de aquello se apoderaron de él.

La fobia se multiplicó cuando contempló la forma que la pequeña sombra se movía. El propio miedo le paralizó, lo cual le permitió contemplar más detalladamente a esa criatura.

Su aspecto se asemejaba al de un animal de pelaje gris y pequeño tamaño, pero no tenía cabeza. Sus movimientos y su propia presencia resultaban perturbadores, anómalos, indescriptibles, como si no fuese de este mundo, como si la mente del observador no estuviese capacitada para traducir lo que la vista estaba mostrándole.

Cuando tomó el control sobre su pánico, en lugar de dar media vuelta y echar a andar rápidamente hacia la salida del parque (que era lo que su instinto le estaba exigiendo) obedeció a su inquietud antes que a su miedo y, lentamente, dio dos discretos y cautelosos pasos hacia el banco para observar con mayor detenimiento aquel ente.

Entonces, descubrió que efectivamente, y aunque se movía; carecía de cabeza. Su cuerpo era el de un gato gris pálido y flacucho de pelaje fino y despeinado, pero en el lugar del que debería partir su cuello; se abría un agujero ancho que se adentraba hacia el oscuro interior del extraño animal. Un gato decapitado, sin el menor resquicio de sangre, que se agitaba y palpitaba como si respirase. De hecho, del macabro agujero que tenía por cabeza, manaba eventualmente un vaho similar al que forma el aliento en el aire helado...

De pronto, la criatura pareció reparar en él, porque dirigió fulminantemente la oscura oquedad que se mostraba sobre sus patas posteriores hacia el observador. Se erizó el pelaje de su lomo y entonces, inesperadamente, creció de tamaño en cuestión de segundos de forma brutal y monstruosa.

Repentinamente, se tornó en una mole colosal, antinatural e indescriptible; cuyas patas como enormes troncos grises clavaban sus titánicas garras contra el suelo de forma amenazadora. El espanto fue tal que, esta vez sí, sin mayor dilación; dio media vuelta y trato de salir corriendo hacia la puerta metálica del parque. Pero una fuerza descomunal lo impelió hacia atrás en cuanto se giró, como si le estuviese absorbiendo una atroz corriente oceánica o una especie de aspiradora gigantesca.

El enorme agujero de la monstruosidad sin cabeza lo tragó sin más, entonces, aquel ser tornó de nuevo a su tamaño original en el mismo fragmento de tiempo que había tardado en volverse gigante. Después, su gris pelaje se confundió con la niebla del parque, inquietantemente vacío de transeúntes.

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